Si partimos de la base que todos los olores y los colores están en la naturaleza, solo que hemos de encontrarlos, como me recuerda siempre mi estimado Ramon Monegal, parafrasear la ley de Lavoisier es un divertimento que me da pie a pensar en el porqué de algunos perfumes.
En más de una ocasión, y sobre todo con el aumento de la demanda de productos naturales en el sector de la belleza, la exigencia ecológica se entrelaza con el debate sobre si la calidad de las moléculas sintéticas para elaborar perfumes es la misma que la calidad de las materias primas naturales y por tanto influye en el resultado final.
De la misma manera que hubo un punto de inflexión para pasar de la magia de la Alquimia al método científico, gracias a los sucesivos descubrimientos de elementos químicos, las moléculas que se construyen en los laboratorios han supuesto un punto de inflexión en la elaboración de los perfumes, influyendo más en la parte física del producto que no en las sensaciones emocionales que nos proporciona el uso del perfume.
Del ritual por el cual, quemando hojas, maderas, resinas y hierbas, nuestros antepasados se comunicaban con sus dioses a través del humo – per fumum – que se desprendía al hacerlo, hasta esta construcción de moléculas para un fin no sé si tan diferente en esencia, la producción de olores de la mano del hombre ha evolucionado mucho.
A principios del siglo pasado el 100% de las materias primas que se usaban para hacer perfumes, ante la imposibilidad técnica de producir moléculas sintéticas, eran de origen natural. Hoy en día, la cada vez más larga lista de productos naturales que prohíbe IFRA para la elaboración de perfumes, sin olvidar tampoco el hecho que obtener aceites esenciales de moléculas sintéticas es más barato, ha hecho que la industria de la perfumería fina haya ido desplazando el uso de aceites naturales y los perfumes que se producen tengan una proporción del 90% sintético y un 10% natural por regla general.
La convivencia de lo natural y lo molecular en si mismo no es un obstáculo para lograr el resultado final deseado. El alcohol y el agua para elaborar los perfumes finos son cien por cien de origen natural, por lo que podremos decir que la mayor parte de un perfume es de origen natural. Por lo que respecta a los aceites esenciales, si usásemos un aceite de madera de sándalo natural en un caso o bien Polysantol en otro, todo y que la percepción olfativa sea muy similar, hemos de tener en cuenta que una molécula natural nos entrega un olor más variable al ser ésta en sí misma una combinación de olores, en contraposición a una molécula sintética que nos entrega un olor lineal. Como de costumbre los matices son importantes ante dos cosas que nos pueden parecer iguales.
Todo y que la parte técnica y tangible tiene su importancia, a mí, lo que realmente me fascina de los perfumes, es la vertiente emocional: La magia de la alquimia. Esa magia alquímica en general que Lavoisier y el resto de los teóricos de la época transformaron en el método científico. Un método medible, evaluable, infinitamente más útil para la humanidad. Pero como hablamos de perfumes la ciencia aplicada al 100%, sin una historia que emocione, me resulta excesivamente fría.
La vertiente vital y sobre todo mágica de los antiguos alquimistas cuando buscaban, por ejemplo, convertir en oro cualquier material, a mi entender pervive en el arte de crear perfumes.
Como me enseño mi maestro, “un perfume no es bueno ni es malo, un perfume está bien llevado o mal llevado”. En mi caso no soy un purista por lo que se refiere a procedencia de las materias primas, ni las rechazo ni las acepto si estas son sintéticas o naturales. Entiendo, a partir de la filosofía que propugna el maestro Monegal, que la imagen olfativa de un perfume ha de potenciar mi imagen en cada ocasión.
Si alguien dijera que todo está inventado en perfumería, seguramente no estaría del todo equivocado. Como he dicho antes, lo maravilloso del perfume es esta constante “transformación” en la que los matices y las intenciones lo son todo. Por eso la perfumería de autor me engancha tanto. El autor busca el motivo que le lleve a pensar en todos los matices que va a añadir a ese “primer perfume”, con el que nuestros antepasados se comunicaron con sus dioses, para seguir transformándolo al igual que en la naturaleza los elementos se transforman dependiendo de las circunstancias en las que se encuentran.
Ciñéndome a esa voluntad de comunicarnos con los dioses, la búsqueda intencionada de la originalidad también debería ser un requisito indispensable tanto al crear como al llevar un perfume, no sea caso que todos nos comuniquemos de la misma manera y confundamos a nuestros dioses a la hora de conceder favores.
Alguien me dijo una vez que lo peor cosa que te puede suceder cuando asistes a un evento, no es que alguien vaya vestido igual que tú. Lo peor es que alguien lleve el mismo perfume que tú. Sin lugar a duda, la capacidad que tiene tu perfume de evocar en alguien el recuerdo de otra persona es muy potente, de ahí que “saber llevar un perfume” sea clave. Si además este perfume transmite bien lo que queremos comunicar al resto de las personas y nos distingue por su originalidad, el objetivo estará cumplido.
Me permito ser un poco “hooligan” y diré que los pequeños matices a los que me refería anteriormente no son cambiar la marca, botella, nombre del perfume y retocar ligeramente la fórmula como reiteradamente pasa. ¿Seré un ortodoxo con los perfumistas y no con las esencias? ¿Me puede más el arte que la ciencia? Lo que seguro que soy es más de “autor de perfumes” que de “traductor de perfumes”.