Recuerdo una sudadera rosa de hace unos años que conservo porque es cómoda y calentita mientras tomo un café. Seguro que, al leer estas líneas, aparece alguna prenda similar e incluso nos apetezca otro café, algo genial porque nos van a responder un par de preguntas más adelante, el café y la sudadera.
Hablando de preguntas, la que escucho con mayor frecuencia en Madrid, Barcelona o Marbella cada vez que alguien se acerca a las fragancias exclusivas La Collection Privée Christian Dior es: ¿pero son de hombre o de mujer?
La incertidumbre es habitual al aproximarse a semejante colección. Su ambigüedad de género comienza por el aspecto visual: los veintidós frascos son una mezcla de sinuosas curvas con formas puras y arquitectónicas, una etiqueta blanca, neutra, un diseño que nos mira desafiante por su transparencia nos devuelve el reflejo de nosotros mismos, no la imagen aspiracional de alguna modelo o cualquier actor vista en las pantallas. Nos enfrenta al jugo sin artificios, permitiendo nuestra propia interpretación. ¿A quién va dirigida esta fragancia? Sin celebrities que nos guíen, ni la separación que encontramos en las perfumerías entre una simple pared y la de enfrente, podemos pensar que los componentes nos dirán qué es más apropiado. Fácil. Los perfumes florales, femeninos, y los amaderados, masculinos. El azul es para niños y para niñas el rosa. El rosa millennial, como el de esa sudadera de mi armario. Demos un sorbo al café, que se enfría. Un brebaje con aromas familiares, facetas tostadas, cálidas, intensas, ligeramente amargas o acarameladas, como podría ser un perfume. ¿El café es de hombre o de mujer? No miremos a la taza, no. Observemos el café.
Sin embargo, si tan claro está que ni los colores ni los ingredientes determinan el género del usuario, ¿por qué la perfumería nicho, cuyo discurso sobre viajes y experiencias, ausente de género, sigue siendo desde hace cuarenta años… pues eso, nicho? Es más, en publicidad, los efectos de esta ambigüedad de género o su capacidad para seducir, salvo excepciones, permanecen aún sin explotar. Cuesta trabajo creer que ningún publicista avezado haya sacado provecho del concepto genderless y el logro más popularizado de esta parte del sector haya sido enterrar la palabra nicho a favor del concepto “fragancias de autor”.
Nuestra lectura de los colores, o de los componentes de una fragancia, deriva siempre de un contexto cultural. Y el perfume no binario continúa siendo tabú, al menos, en marketing (si el cerebro ha sugerido la palabra unisex, olvidémosla. Salvo que queramos abrir una peluquería y vivamos en 1991, es otra palabra enterrada).
Por otro lado, recuerdo una charla en la que me justificaron que “las mujeres se sienten atraídas de manera natural por ciertos aromas, como el jazmín, y los hombres por otros”. Reprimí de la manera más civilizada posible mis ganas de clavarle una lanza de sílex, porque siendo un hombre lo natural, por supuesto, es que quisiera cazar un bisonte.
En Medio Oriente, el acorde de rosa con oud lo visten tanto hombres como mujeres. La mayor parte de los perfumes dirigidos al público masculino llevan alguna flor, los femeninos esconden maderas en su base, y en ambos encontramos, últimamente, almizcles blancos.
Tal vez en el objetivo de uso de las fragancias encontremos la clave. La humanidad ha ido variando la utilización de ungüentos perfumados, desde su quema para elevar plegarias a los dioses, hasta la protección contra enfermedades en alquimias terapéuticas. A finales del siglo XVIII se castigaba públicamente a las mujeres que utilizaran cosméticos o perfumes para seducir o forzar al matrimonio, hasta el punto de que existió una obra de teatro cuya trama giraba en torno a esas acciones. Al mismo tiempo, barberos y farmacéuticos vendían lociones perfumadas sin problema. Una prueba clara de que la seducción, en el ámbito de la fragancia como en tantos otros, se apoderaba del imaginario femenino mientras la coartada de la higiene reinaba entre los hombres.
Desde entonces ambos conceptos, seducción e higiene, se han diluido, peleado, entremezclado, engrandecido hasta el punto de que ahora exigimos a nuestra fragancia no solo que lance un mensaje, también que nos represente, nos aporte bienestar, autoafirmación, recupere un recuerdo de infancia o un estilo de vida. De nuevo, los perfumes no binarios cuestionan nuestra aparente modernidad: ¿qué sentido tiene la seducción, el cortejo, el pasito hacia delante y los dos hacia atrás, si actualmente nos movemos a un click de las pieles (vehículo incontestable del perfume) que queramos?
Regresemos a esa sudadera rosa, que alguien ha rescatado del armario. Ese alguien que ha robado la prenda, la adaptará a sus formas, a su estilo, a sus movimientos, sabrá llevarla de una manera que nadie más sabe. Igual que yo la vestía de forma única. Cada persona a su manera.
Y eso es, exactamente, lo que ocurrirá con las fragancias: se mezclarán con la piel, con la temperatura corporal, se desenvolverán con cada movimiento y contarán una historia que solamente la persona que la vista podrá narrar.
Al fin y al cabo, todo el mundo puede beber café, sea hombre, mujer, o de género fluido.