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Cine y perfume. Un viaje olfativo por el séptimo arte. Por María Velez y Raquel Navarro

Cine y perfume. Un viaje olfativo por el séptimo arte. Por María Velez y Raquel Navarro

Si el perfume es cultura, hoy de la mano de María Vélez y Raquel Navarro, -socias fundadoras de Cataperfumes además de colaboradoras y formadoras de la Academia del Perfume-, les invitamos a un excitante, emotivo y cautivador viaje olfativo por el séptimo arte. Pónganse cómodos en sus butacas y ¡acción!

En la imagen, fotograma de la película "Amélie".

El perfume como actor principal

Cuando se habla de cine y perfume, es inevitable rendir tributo a la magistral adaptación fílmica del libro de Patrick Süskind “El Perfume: historia de un asesino”, una producción germano-franco-española dirigida por Tom Tykwer (2006) y que cuenta con numerosas escenas rodadas en Barcelona y Girona. La historia atrapa al espectador en los misterios del perfume y el indiscutible poder del olfato, trasfondo principal de la trama. “El alma de los seres es su aroma”, y si el perfume enamora, queda claro que hay amores que matan, pues el protagonista asesina a sus víctimas atraído por el olor que desprenden.

En un momento hipnótico de la cinta, el perfumista interpretado por Dustin Hoffman ofrece una clase magistral donde nos desvela los secretos del Perfume. Su manera de describir la técnica del enflorado, modo de extraer el olor de las materias, resulta perturbadora, a la vez que delicada e incitante: “El arte de la extracción es permitir que las flores mueran lentamente, debemos llevarlas a la muerte con el aroma intacto. Manéjenlas como si se tratase de una dama”. Aunque, como es obvio, la película en sí no huela, en ella se describen cientos de aromas. El cine y, en el caso de la novela, la literatura emplean los medios que les son propios, la imagen y la palabra, para evocar todo un mundo sensorial en un ejercicio contrarreloj que pone a prueba nuestra memoria olfativa: “(...) el olor a arena, a piedra y musgo, al curtido, (…) aun el de la salchicha que había comido semanas antes”. Y otro dato determinante: el poder del perfume como reflejo de identidad, de huella personal y expresión máxima de nuestra esencia. Precisamente, en este universo falta un olor, el del protagonista. “Sin olor, siempre había sido nadie para todos. Lo que ahora sentía era el temor de su propio olvido. Era como si no existiera”.

La pequeña pantalla se ha sumado recientemente al éxito del libro de Süskind y el filme de Tykwer con una libre adaptación en formato serie titulada así mismo “El Perfume” (Alemania, 2018). La historia muta aquí la Francia del s. XVIII, por una ciudad alemana contemporánea, y se desarrolla desde la perspectiva de una detective que intenta resolver una serie de brutales asesinatos de mujeres. Lo más interesante de esta propuesta tal vez sea el arranque de cada capítulo, el cual se rinde homenaje a algún motivo de un perfume. En algunos casos, a notas como el ámbar gris o el escatol, sin duda el aspecto olfativo más oscuro de flores tan luminosas como el azahar o el jazmín. Con un de- sarrollo igual de cruento, la actualización tampoco varía el mensaje: de nuevo, el poder del perfume.

El Perfume, actor de reparto

Más frecuente es la participación del perfume en el Séptimo Arte como actor secundario, como elemento que refleja con intensidad la importancia del olfato, de los aromas y de la repercusión emocional que éstos provocan en el ser humano. La cinta mexicana “Perfume de violetas”, de Maryse Sistach (2001), es una buena muestra de ello, cuando narra el origen de la amistad y la atracción entre dos adolescentes surgida por el regalo de su aroma personal, un perfume de violetas. O la francesa “Amélie”, de Jean-Pierre Jeunet (2001), cuya protagonista descubre su misión vital al perfumarse en su pequeño piso de Montmartre. El tapón del envase rueda hasta un rincón y en ese instante recupera el recuerdo de un niño al que decide buscar. ¡Cuánta felicidad puede traer un frasco de perfume!

No son pocos los ejemplos cinematográficos donde el propio sentido del olfato juega un papel crucial como parte del argumento. En “Los cinco sentidos”, de Jeremy Posdewa (Canadá, 1999), el olfato lo encarna Robert, un bisexual que huele a sus antiguos amantes para descubrir en el olor del otro si todavía es amado. En la cinta griega “Un toque de canela”, de Tassos Boulmetis (2003), y en la alemana “Deliciosa Martha”, de Sandra Nettlebeck (2002), el olfato comparte plano con el gusto para destacar el papel de aromas y sabores de las especias y otros ingredientes culinarios como manifestación del amor. Por su parte, “Esencia de mujer”, la celebrada película norteamericana de Martin Brest que protagonizara Al Pacino en 1992, nos cuenta cómo la ausencia del sentido de la vista es compensada por un olfato de gran sensibilidad, capaz de descubrir los matices de la personalidad de una mujer a través de la singular mezcla de su perfume con su olor personal.

En otras ocasiones, los olores se incorporan en escenas críticas de un largometraje para aportar contexto al espectador, o bien como recurso creativo para potenciar la escena misma. Así ocurre en “Apocalipsis now”, de Francis Ford Coppola (EEUU, 1979), donde en medio del caos, la muerte y el absurdo de la Guerra de Vietnam, el teniente coronel Bill Kilgore (Robert Duval) sintetiza todo ello en un aroma: “Nada en el mundo huele así. Amo el olor del napalm en la mañana, ¡¡es el olor de la Victoria!!”

El olfato insiste asimismo en representar su papel en una de las escenas más célebres de “El silencio de los Corderos”, de Jonathan Demme (EEUU, 1991), cuando Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), uno de los asesinos más terroríficos de la historia del cine, es capaz de reconocer el perfume de la joven agente del FBI Clarice Starling (Jodie Foster)… ¡a pesar de que ese día ni siquiera lo lleva! ¿Estamos ante un buen perfume de fragancia duradera, o solo ante una forma de transmitir la capacidad olfativa animal de un asesino?

También en “American Psycho”, de Mary Harron (EEUU, 2000), encontramos un ejemplo de maridaje entre aromas y crímenes a través de su protagonista, el inquietante Patrick Bateman (Christian Bale), que nos regala un verdadero y exhaustivo repaso de los perfumes de marca usados por cada una de sus víctimas.

Por su parte, con un tono irónico y bastante ajeno a las normas del buen uso del perfume, “Y les pegó el amor”, de Frédéric Forestier (Francia, 2007), nos cuenta cómo Vincent termina en urgencias después de beberse perfume para demostrar a Elina su amor y convencerla así de que regrese con él. Mala idea en cualquier caso. Y en “Lo que el viento se llevó”, ese clásico entre clásicos dirigido por Victor Fleming (EEUU, 1939), el perfume ejerce el rol de “encubridor”: Escarlata O’Hara (Vivien Leigh) ha bebido, y para disimularlo ante su eterno pretendiente Rhett Butler (Clark Gable), decide perfumarse la boca. Por favor, Scarlett, la próxima vez utiliza un colutorio.

Los anuncios “de película” o “cine-spots”

El cine y los perfumes estaban destinados a encontrarse en la publicidad. El perfume hace soñar, ¿y no nos dicen que el cine es una fábrica de sueños?. Tal vez por eso las mejores firmas de perfumería guionizan sus anuncios con escenas de película. Hay miles de “cine-spots” entre las marcas de perfumería selectiva, e incluso cada vez más firmas, para dar más empaque y veracidad cinematográfica al resultado, contratan a prestigiosos directores para sus campañas. En 2009, Roman Polanski se encargó de rodar un brillante spot titulado precisa e irónicamente “No es un anuncio de perfume” para Greed, de Francesco Vezzoli. Interesante asistir al duelo de tocador entre Natalie Portman y Michelle Williams, enfrentadas por quedarse con el deseado perfume. Otros spots son literalmente “de película”, pues se basan en escenas tomadas de grandes producciones en las que el perfume es introducido a posteriori para adueñarse de la trama. Este es el caso de la campaña que Dior lanzó para Eau Sauvage tomando varios momentos de una película de culto, “La Piscina” (Jacques Deray, Francia, 1969), thriller de amor, celos y sospechas que explora los turbios senderos del deseo, y en el que Alain Delon es salpicado por el agua de la piscina mientras toma plácidamente el sol (por supuesto, frescor de Eau Sauvage). En otra sensual escena, Delon y Romy Schneider se funden en un abrazo irrefrenable, tensión sexual resuelta con el perfume como eterno aliado del amor.

“Ha nacido un perfume …”

También el cine ha realizado su incursión en la industria perfumista con la creación de productos nacidos de películas, o para éstas. Para el lanzamiento de “El Perfume”, de Tom Tykwer, se formularon quince fragancias que recreaban el ambiente y las escenas más impactantes de la novela. Una misión nada fácil para la casa Thierry Mugler, que empleó varios años en ella. Los perfumistas franceses Cristophe Landamiel y Cristophe Hornetz, obsesionados con el libro, se dieron a la tarea de buscar y probar, hasta encontrar los aromas exactos allí descritos. Se crearon olores desagradables y pesados como el del Atelier Grimal, con sus pieles curtidas. O uno de los más polémicos, Virgin, el olor de la inocencia virginal de la primera víctima. En total, fueron catorce fragancias para no-usar y un perfume sublime, Aura, inspirado en el olor del ombligo de varias vírgenes y el licor de diversas frutas. En resultado se vendió en cofres de lujo a un precio de 700 dólares cada uno..., y un éxito sin precedentes. El perfume L´Air Panache fue también creado con motivo de la original comedia “El Gran Hotel Budapest”, de Wes Anderson (EEUU/Alemania, 2014). El director acudió a diversas perfumerías para recrear olfativamente el estilo de Mister Gustave H. (Ralph Fiennes), y el encargo acabó recayendo en la casa francesa Nose. El perfumista Mark Buxton dio con el aroma adecuado para “atraer a las mujeres maduras”, la debilidad del personaje.

La saga “Star Wars” sucumbió asimismo al placer olfativo con una colección de perfumes que nos traen olores de todas las galaxias, como no podía ser menos: una trilogía de perfumes que, con envases que recuerdan a los sables de luz, traen a nuestro planeta los aromas del Imperio (la masculinidad y el lado oscuro), Jedi (almizcle y sándalo para la audacia y el estilo) y Amidala (elegante e indomable como la reina de Naboo). Y si surcamos el universo Disney, personajes como Blancanieves, Frozen o Bella (para suerte de su Bestia) también cuentan con aroma propio.

Smell-O-Vision / Scentvision

A pesar de los muchos esfuerzos dedicados y varias intentonas, el cine con “banda olfativa” nunca triunfó. Es lógico que la industria audiovisual por excelencia explorase desde los inicios del siglo pasado posibilidades para incrementar el atractivo en sus películas intentando traspasar la frontera de los dos sentidos que la definen (vista y oído), al ser conscientes de la singular capacidad que tiene el olfato para generar emociones y evocar recuerdos. La primera llegada del olor a una sala de cine no fueron las palomitas. Ya en 1906 (¡mucho antes de la llegada del cine sonoro!), el pionero empresario cinematográfico Samuel “Roxy” Rothafel, dueño a la sazón de algunas de las salas más famosas de Nueva York y creador del legendario y lujoso Roxy Movie Theater, empapó grandes bolas de algodón en aceite de rosas, las colgó del techo y las conectó a un ventilador durante un documental sobre el “Rose Bowl Game”, evento a medio camino entre unos juegos florales y una competición universitaria de fútbol americano, y precedente más antiguo de la actual Super Bowl. En 1929, otro cine de Nueva York intentó amplificar el éxito de “The Broadway Melody”, primer musical de la Metro-Goldwyn-Mayer y primera cinta sonora que ganó el Óscar a la mejor película. Para mayor efecto, colocó unos diminutos aspersores en la sala que esparcían perfume sobre los espectadores. El mismo año, el gerente del Fenway Theater de Boston volcó una botella de perfume de lilas en el momento en que la pantalla mostraba el título de otra película: “Tiempo de lilas” (Lilac Time). Por su parte, mientras en el Teatro Chino de Grauman de Los Ángeles se proyectaba un número musical titulado “Tiempo de que florezcan los naranjos”, de la película “Hollywood Reviews”, se esparció por la sala un aroma a azahar. Todas estas modestas pruebas poco sistemáticas constituyeron pequeños experimentos para mejorar la creatividad y las posibilidades tecnológicas del Séptimo Arte. Y al fin y al cabo, implantar otro gancho sensorial para atraer cada vez a más público a las salas.

El productor y distribuidor Arthur Mayer, uno de los primeros en llevar cine europeo a Estados Unidos, también intentó sumar la dimensión olfativa al nuevo arte allá por 1933. Mayer se había quedado con el Teatro Rialto de Broadway, y allí experimentó la progresiva liberación de olores en sincronía con el argumento de la película. Como explicó el mismo, el invento no funcionó, pues al cabo, la sala y los espectadores acababan inundados de una mezcla caótica, asfixiante y distractora de aromas imposibles de airear a tiempo.

Inasequibles al desaliento ajeno, otros valientes siguieron intentándolo, siempre bajo el mismo patrón: liberar perfumes en momentos clave de la película. El estreno de “Angèle”, de Marcel Pagnol (Francia, 1934), fue también acompañado de la complementaria difusión de aromas en la sala de proyección. El resultado provocó tal desastre que los espectadores organizaron un motín. Sin embargo, el interés acerca del posible efecto positivo que un “concierto” de olores lograra producir en los espectadores no dejó de aumentar, pero al mismo tiempo iba haciéndose cada vez más patente que la liberación de olores de una forma secuencial en un espacio cerrado exigía una complejidad técnica muy difícil de abordar. El suizo Hans Laube inventó una técnica más sofisticada que llamó “Smell-O-Vision” (o “Scentovision”). La sala disponía de un sistema de tuberías dispuestas entre las filas de asientos, con lo que el proyeccionista podía controlar el momento y la cantidad de perfume que se liberaba. Laube formó una compañía denominada Odorated Talking Pictures y rodó un mediometraje titulado “Mein Traum” (My Dream) para mostrar su tecnología a los posibles compradores en la NewYork's World Fair de 1939. Tal vez el argumento de la cinta fuera pobre, pero con sus veinte olores resultaba de lo más fragante. La técnica era en cualquier caso demasiado cara, pues las salas solían ser grandes y era necesario emplear magnas cantidades de perfume. Por este motivo, el propio Walt Disney tiró la toalla en su intento de incluir aromas en “Fantasía” (1940). Habían planeado incluir aromas florales para la “Suite del Cascanueces”, incienso para el “Ave María” y pólvora para el “Aprendiz de brujo”. Sus contrincantes en el mundo de animación, los hermanos Warner, también se interesaron en el tema y llegaron a producir un capítulo de Bugs Bunny donde el famoso Conejo de la Suerte y Elmer viajaban al futuro y veían un titular de prensa del año 2000 que decía: “La Smell-O-Vision reemplaza a la televisión”. Profecía, por cierto, no cumplida. Sin duda, el principal e insoslayable obstáculo acabó siendo que las salas no eran fáciles de ventilar, de modo que los perfumes permanecían en el ambiente y los distintos aromas se mezclaban, lo que anulaba por completo el efecto pretendido.

En 2001, el director Robert Rodriguez hizo otro intento de incorporar aromas a las películas. Fue en “Spy kids 3: Game Over”, con el sistema 4D-Arome-Scope. La 4ª dimensión no era más que un cartón con el sistema “raspa y huele”, que se hizo popular en los ochenta en álbumes coleccionables.

El perfume de las estrellas

A partir de los años 40, el cine encumbró para la historia a las grandes divas de Hollywood. Las fragancias que ellas amaban también se convirtieron en míticas. ¿Quién no conoce la historia de que Marilyn Monroe dormía con solo unas gotas de Chanel nº5 por toda indumentaria? Dicen que cuando el guión le exigía meterse en el papel de mujer fatal, Lauren Bacall usaba Bandit de Robert Piguet, un perfume Chypre creado para las mujeres con carácter del cine clásico. Elizabeth Taylor fue la primera celebridad en crear su perfume, Passion, en 1988. Tres años después lanzaría White Diamonds, al que fue fiel hasta el fin de sus días. También una gran musa como Audrey Hepburn ha sido asociada a varios perfumes a lo largo de su vida. English Promenade 19, de la firma Klieger, fue su favorito de juventud, tras descubrirlo durante el rodaje de “We go to Monte Carlo” (Jean Boyer y Lester Fuller, Francia, 1953). El perfume Spring Flower de Creed, lanzado en 1996, fue ideado especialmente para Audrey en los años 50. Y Givenchy creó un perfume inspirado en ella, L’Interdit. En 1957, Hubert de Givenchy encargó al perfumista Francis Fabron que creara un perfume inspirado en su clienta favorita. La protagonista de “Desayuno con diamantes” se enamoró de la fragancia, y cuando Givenchy le habló de ponerla a la venta, cuenta la leyenda que Audrey le dijo “But I forbid you!” (“¡Te lo prohibo”), de ahí su nombre en francés. Por lo demás, la prestigiosa firma francesa de perfumes, cosmética y moda ha mantenido una estrecha y larga relación con la bella actriz belga-americana.

Siendo dos estilos de belleza diferentes, Greta Garbo y Brigitte Bardot tenían no obstante algo muy particular en común: ambas confesaron ser fans absolutas del perfume Vent Vert de Balmain, una fragancia floral verde creada en 1947 por Germaine Cellier en la cual la presencia del gálbano marcaba la diferencia que conquistó a muchas mujeres durante el siglo XX. En los años 30, la firma Creed creó para Marlene Dietrich el perfume Angelique Encens, basado en tuberosa, jazmín y rosa de Bulgaria, con presencia destacable de vainilla, incienso y ámbar gris. Un aroma intenso y personal en la línea Shalimar de Guerlain.

El perfume, el cine y sus estrellas: una íntima relación destinada a perdurar eternamente.

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