Creado por Karine Dubreuil y Maïa Lernout de la casa de perfumes japonesa Tagasako, Ginza reinterpreta la tradición olfativa nipona para anclarla en la época actual. En una alquimia perfecta, la elegancia natural de las flores se une con la potencia de las maderas sagradas. Una sutil referencia al ritual ancestral del kodo, que consiste en “escuchar” el perfume de las maderas para purificar el cuerpo y el espíritu.
Esta dualidad singular caracteriza al aura única de Ginza.
La fragancia se abre con el fulgor de una luminosa granada y bayas rosas picantes. En el corazón del ramo, el jazmín, cuyo nombre significa “gracia” en japonés, destila sus facetas más bellas. Tres variedades de la flor se entrelazan en una sensualidad refinada, cálida y fresca, ligera y embriagadora. Los pétalos de magnolia y fresia revolotean en un alegre torbellino.
La orquídea de Japón aporta un toque misterioso al ramo de flores.
De repente, esta voluptuosidad floral se vuelve aún más potente, como atizada por la madera de Hinoki.
A la vez fuerte y delicado, ligeramente alcanforado, el ciprés japonés sagrado aporta un sello insólito a la composición. Su faceta más ardiente evoca la profundidad de la madera de sándalo y la intensidad del pachulí.
En la piel, la fragancia se revela tan femenina como vibrante, definitivamente única.
Un diseño sumamente sutil
Constance Guisset, autora de la célebre lámpara Vértigo, crea con Ginza su primer frasco. Tallado en un bloque de cristal, este objeto cautivador revela curvas ondulantes y deja entrever un jugo rosa radiante.
Una daga negra atraviesa el frasco y se sumerge en la fragancia para instilar en ella toda su potencia. Referencia poética a la panoplia de los samuráis, esta daga inmersa en el corazón mismo del jugo recuerda simbólicamente a cada mujer que su propia fuerza ya existe en ella.
Más allá de la magia, el diseño del frasco representó un desafío tan importante que Shiseido lo ha patentado.