El sector cosmético y de alta perfumería se enfrenta desde hace años a un problema que se ha acabado por convertir en endémico: las falsificaciones de sus productos. Una cuestión que, además de afectar a la salud de los consumidores (baja calidad y nulo control sanitario) y la imagen de las marcas, supone un grave perjuicio económico.
Según EUIPO (Oficina de la Propiedad Intelectual de la Unión Europea) la industria cosmética perdió 839 millones de euros en 2019 (el último año prepandémico del que se tienen datos oficiales equiparables). Se prevé que los datos de los últimos tres años, atravesados por la crisis del Coronavirus, sean similares o superiores ya que la tendencia desde que el fraude cosmético se mide por estadísticas siempre ha sido al alza. De hecho, en los últimos años dicho fraude se ha duplicado.